Sigo observando mi
trocito de cielo. Y ella me sonríe. Siento su aliento en mi boca, mis labios se
funden con los suyos, como dos olas perdidas. Le abrazo, su pálida piel
resplandece bajo la luna verde, y el rumor de las hojas me susurra sus sueños.
Su pelo huele a carmín y rosas, a miel recién cogida, y cae suavemente sobre mi
rostro. El tiempo muere a nuestro alrededor, se desvanece, solo existen
nuestros cuerpos unidos.
Entonces me
despierto, y su recuerdo desaparece. Lloro y alzo la mirada. Ahí están sus
ojos, fulgurantes como estrellas.