Las hojas se
marchitan y perecen. ¿Mueren y caen, o caen y mueren? Su verde
esmeralda, oliva o savia se transforma en pardo y polvo. Se pudren en
el suelo, y desaparecen. La tierra se reseca, el óxido la mancha de
carmín. Jamás volverá la lluvia torrencial, ni el negro barro, ni
los brotes de amapolas. Solo habrá diamantes y otras piedras
preciosas, templadas en el fuego destructor. Hoy nacerá la última
crisálida, cuyas alas nunca volarán, puesto que no hay cielo, solo
vacío. Las nubes marcharon y el viento enmudeció. El silencio ruge
poderoso. La sal engulle los océanos, precipitando en columnas de
cristal. Ahora son blancos desiertos, sin horizonte ni final. El sol
se pone temeroso. Tiene frío y no halla el calor. Ni ilumina ni
oscurece. Solo expira, tras las montañas. La Luna renace para morir
de nuevo. Brilla vestida de azogue y nadie la mira. Llora escarcha
desconsolada, pero sigue sola y abandonada. Centellas fulguran con la
Luna, eternas y parpadeantes en un telón oscuro. La llaman, y no las
escucha. <<Son puntos diminutos -piensa la Luna- Están
demasiado lejos>> En el fondo, todas las centellas son Lunas
solitarias. Apenadas, olvidan que también son Luz lejana.
<<Son puntos diminutos -piensa la Luna- Están demasiado lejos>> |
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